viernes, 17 de diciembre de 2010

Reflexiones I - no sé, se me ocurre..




A veces tratamos de entender algunos actos o de refutar argumentos desfocalizando el punto.
Sin repetir y sin soplar algunas demostraciones de esta semanita:
La toma de espacios públicos es ilegal. En eso estamos todos de acuerdo. Sin embargo, la realidad excede a las normas. Pues también una vivienda digna es un derecho constitucional.

Entonces:

-         El hecho de que el sueño de la casa propia se vuelve difícilmente realidad para la clase media no legitima que algunas personas ni siquiera pueda soñar con ella. Quiero decir, que es una terrible falacia condenar las tomas de los últimos días porque los créditos hipotecarios sean imposibles. No tener una casa para vivir no está bien, para nadie. 

-        Que personas extranjeras vengan a ocupar terrenos públicos no implica que el delito sea mayor. Nuestra constitución recibe de brazos abiertos a los inmigrantes y la misma estatuye el mentado derecho a una vivienda digna. Eso desde lo formal, no? Porque después tenemos otras cuestiones que exceden la nacionalidad. A pesar de la famosa placa de crónica, los bolivianos también son personas. Dependerá de las políticas que se apliquen al respecto que en lo atinente a inmigración y vivienda escasean.

-        Que cuando uno va a otro país lo traten como a un delincuente (es increíble, pero he escuchado de todo) o le dificulten el acceso a determinados derechos, no legitima una política xenófoba. Es un problema del país que así se comporta y tendrá que ver con las relaciones bi o multilaterales que tenga con el nuestro. Además nadie felicita a Sarkozy.

-        El hecho de que el ciudadano medio (muy cumplidor de las reglas por cierto ¿?) pague y tenga todos sus impuestos al día, no legitima semejante reacción contra las tomas, todo lo contrario. Siguiendo esa lógica perversa, tengo que decir que el impuesto más regresivo del mundo es soportado por las clases con menos recursos. Claro, pero nadie habla de la exención del IVA en la canasta básica, ni de modificar la política tributaria.

     Creo que podría seguir… sin embargo, no creo que tenga sentido. Es que todavía no entiendo cómo hay personas incapaces de revelarse contra las más básicas injusticias. Si en vez de amasar esa moralina nos pusiéramos a gritar porque los derechos mínimos no se encuentran garantizados, no habría tanto enfrentamiento. Estaríamos todos tirando de la misma soga. Y en frente, el que tenga que cumplir. El que fue elegido por la mayoría para eso. Si por un momento nos pudiéramos abstraer de la mugre política y entender la dialéctica del reclamo legítimo, los argumentos no se desfocalizarían.
   
    A ver, digo que, más allá de los punteros políticos, de los dinosaurios políticos, de los nóveles políticos, de los barrabravas, del rédito político, del descrédito político, de todas las críticas que adjetivizando con “política” intenten descalificar la cuestión, no debemos olvidar que la crisis habitacional existe. Aún sin tomas. Y eso es gravísimo.  
  

miércoles, 11 de agosto de 2010

Un maremoto en Bolivia, lo que se viene




Este es mi primer posteo. El disparador fue la noticia sobre la ola de calor en Rusia, luego de enterarme que se desprendió un enorme bloque de hielo del polo norte. La ciencia todavía se pregunta si es algo insólito. Yo no.
Algo que me consume muchisimo tiempo es pensar en el ambiente y toda su problemática. En serio me preocupa, y creo que nos tenemos que ocupar todos, seriamente. Pero como dice Galeano "si TODOS somos responsables, entonces NADIE lo es" pedir ayuda al mundo es como gritar al vacío. Igual, aunque detectemos a los responsables, nada harán. Resultados a la vista con la cantidad de "reuniones" que los mandatarios de los Estados han llevado a cabo. Gastando recursos, tiempo y energía, agotando nuestras esperanzas y soslayando cada nueva ilusión.
El tema es viejo. Es complicado. Es cultural. Es ideológico. Los países ricos deben estar inviertiendo sumas siderales para tratar de encontrar algún planeta a dónde rajar cuando éste esté totalmente destruido.
No queremos dejar de vivir como lo estamos haciendo, ¿a costa de qué? o peor aún, sin reflexionar acerca de nuestras formas de vida. En un libro, Marx comienza diciendo: “La riqueza de las sociedades en las que domina el modo de producción capitalista se presenta como "una inmensa acumulación de mercancías". Nosotros hoy tendríamos que decir que la riqueza de las sociedades en las que domina el modo de producción capitalista se presenta como una inmensa acumulación de basuras.

¿Será que la producción de basura en algún momento fue un síntoma saludable? Claro, hasta que deja de serlo. Hay una  cultura de la basura porque hay una cultura del consumo.
La pregunta es ¿hasta cuando la podremos tolerar? y ¿hasta que punto nuestro planeta está dispuesto a soportarla?. Hace un tiempo, la frugalidad y sencillez se consideraban virtudes. Pero ahora dos terceras partes de nuestra economía están basados en el consumo. A ésto no se ha llegado por casualidad.
El mercado de valores se hundió en 1929 desencadenando la Gran Depresión que sumió al mundo en terribles penurias. La segunda guerra mundial fue el catalizador de la recuperación económica. La enorme base de recursos de Estados Unidos de América, su productividad, energía y tecnología se pusieron al servicio de la guerra y pronto su economía iba sobre ruedas. Con la victoria inminente, el consejo de asesores económicos del presidente se vio obligado a buscar la manera de transformar una economía de guerra, para la paz.                                                
Poco después del fin de la guerra, el analista de mercado Víctor Lebow expresaba una posible solución: "Nuestra economía, enormemente productiva, exige que hagamos del consumo nuestro estilo de vida, que convirtamos el comprar y utilizar bienes, en auténticos rituales, que busquemos nuestra satisfacción espiritual, la satisfacción del ego, en el consumir... necesitamos que se consuman cosas, se quemen, se sustituyan, y, todo ello a un ritmo cada vez más rápido".
El consejo de asesores económicos del presidente Eisenhower declaró: "el propósito último de la  economía americana debe ser el producir más bienes de consumo". No una mejor atención sanitaria, educación, vivienda, transporte, ocio, o menos pobreza y hambre, sino abastecer de más y más cosas a los consumidores.
Cuando las cosas se diseñan para que estén bien hechas, y sean duraderas, llega un momento en que los mercados se saturan. Para lograr un mercado sin fin se introduce la obsolescencia rápida (pensemos en coches, ropa, computadoras...) Y con lo desechable, cuando un artículo se usa una vez y se tira, el mercado nunca alcanzará la saturación.
Pero los productos de consumo no se crean de la nada. Proceden del material de La Tierra, y cuando ya no sirven serán devueltos a ella como basura y residuos tóxicos. Hace falta además energía para extraer la materia prima, procesar, fabricar y transportar esos productos; mientras el aire, el agua y el suelo se contaminan en muchos puntos del ciclo vital de un producto. En otras palabras, lo que consumimos tiene efectos directos sobre la naturaleza. Y además hay costos sociales y espirituales. Algunos analistas expresan que: "La compra de un producto nuevo, especialmente uno de los caros como un coche o una computdora, típicamente produce un inmediato estallido de placer y plenitud, y generalmente proporciona estatus y reconocimiento al comprador. Pero, a medida que la sensación de novedad se desvanece, el vacío amenaza de nuevo con volver. La solución habitual para el consumidor suele ser centrar su ilusión en la próxima y prometedora compra". Al final, es algo que va más allá del placer o el estatus: comprar cosas se convierte en una exigencia imposible de saciar.
Paul Wachtel escribe en "La pobreza de la Riqueza": "Tener más cosas y más nuevas cada año se ha convertido no ya en algo que queremos, sino algo que necesitamos. La idea de una mayor y siempre creciente abundancia se ha convertido en el centro de nuestra identidad y seguridad, y quedamos atrapados como el adicto lo está por su droga”. Casi todo lo que compramos no es esencial para nuestra supervivencia, ni siquiera incluso para las comodidades humanas básicas, sino que está basado en el impulso, la novedad, un momentáneo deseo. Y hay un precio oculto que nosotros, la naturaleza y las futuras generaciones tendremos que pagar.                                                                            Cuando el consumo se convierte en la razón misma para la existencia de las economías, nunca nos preguntamos "¿Cuánto es suficiente?", "¿Para qué necesitamos todas éstas cosas?", o "¿Somos un poco más felices?".                                                                                    
Nuestras decisiones personales como consumidores tienen repercusiones ecológicas, sociales y espirituales. Es hora de re-examinar algunas de las ideas más profundas que subyacen detrás de nuestros estilos de vida.
Empezá por ir al super con la bolsita de la abuela.. algo es algo.